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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

www.surda.se

 

 

21-04-2013

 

 

 


 

Uruguay

"Cuanto más demora Tabaré, más instala su propia candidatura"

SURda

 

Constanza Moreira

 

Ricardo Scagliola / Rosario Touriño

 

La política es incierta y eso es lo bueno que tiene, desliza la senadora. Y es algo que puede aplicarse a su propio futuro político. La relación con el mpp ha sido complicada, pero ella se muestra agradecida, porque está donde está gracias a ese sector. Todo está por verse. En el interín, habla de todo: de la dilación de la candidatura de Tabaré Vázquez, de la economía versus la política, del Poder Judicial, y hasta sienta al Frente Amplio en el diván. Así, el nuevo relato del Frente Amplio tiene que ser más “erótico” que “tanático”.

—Han pasado ya tres años desde que incursionó en la política activa, ¿cómo valora aquel paso?
—Ah, muy positivamente. Les aconsejaría a todos los politólogos tener un pasaje por la política, aunque eso pueda dañar algo de su supuesta neutralidad valorativa. Se ha cultivado una academia, especialmente en la ciencia política, muy despegada de los compromisos político-partidarios, en parte porque el politólogo se transformó en una suerte de analista político, entonces la comparación que se hacía era con el periodista deportivo… Se usaba esa comparación para decir que si no existe neutralidad, entonces desde qué lugar se analiza. Yo creo que la política vista desde fuera tiene desconocimientos que impactan sobre la propia teoría. De eso me doy cuenta recién ahora.
—Ha marcado determinadas visiones que no eran las mayoritarias, incluso en el mpp. ¿Esperaba encontrarse tantas dificultades?
—No. Pensé que iba a haber menos dificultades. Esa es la verdad. Yo podía tener un diagnóstico sobre en qué cosas el Frente marcha más lento y más rápido. Pero las dificultades dentro del fa con el tema de la despenalización del aborto no las esperaba. Siempre había pensado que ese tema estaba muy vinculado a la figura de Tabaré, pero bueno, hubo que hacer una negociación con otro partido, modificar el proyecto. En materia de derechos humanos sabía que había dificultades, pero no imaginé tantas. En esa materia los conflictos son muy profundos, porque no son sólo conflictos por preferencias, sino que también hay mucho desacuerdo sobre cuánta fuerza tenemos para enfrentar qué cosa.
—Ahí también juega la experiencia personal de ciertos actores de la época de la dictadura.
—Totalmente. Ahí hay, por lo menos, dos o tres generaciones en conflicto. La generación que fue encarcelada antes o durante la dictadura, la que se hace a la política en los noventa, y después mi generación, que se vuelca a la política más recientemente. Y dentro de esta última, creo que tenemos una perspectiva de los derechos completamente distinta. Yo no puedo creer que se sigan oponiendo los derechos a la soberanía nacional.
—Ahora, ese discurso no estaba explicitado en el fa. Mientras fue oposición, no aparecía con tanta fuerza.
—Lo que pasa es que cuando vos sos Estado, garantizar los derechos es tu responsabilidad. Una cosa es demandar los derechos a un Estado negador, y otra cosa es cuando vos como Estado tenés que asegurarlos, y comprás conflictos con grupos de interés. Y la gran disyuntiva de la izquierda es esa: siempre estás en conflicto en torno a cuánto avanzás sin generar un conflicto de tal dimensión que hipoteque tu posibilidad de estar en el gobierno. Uno lo ve claramente en Argentina, que va por más: ley de medios, conflicto con el campo… Argentina, para Uruguay, es un ejemplo que acobarda, porque los conflictos argentinos tienen un efecto amortiguador. Se mira lo que le pasó a Argentina con el campo, y se dice: no me hables de detracciones. Mirás lo que pasó con la ley de medios y la reacción es: no me hables de ley de medios. Real de Azúa hablaba del efecto amortiguación. Él decía que Uruguay es un algodón entre dos cristales, una Argentina muy conflictiva y un Brasil muy desigual. Pero resulta que eso se produce también políticamente. Luego, con los derechos humanos también pasó algo que nunca había visto. Nosotros siempre defendimos el rol de la justicia, pero nunca nos imaginamos que la justicia iba a tener un papel tan refractario. Y ahora me doy cuenta de que la justicia siempre tuvo ese rol. Me refiero a las grandes autoridades…; ya ven que hay una rebelión en las bases, con los fiscales, lo cual es bueno, porque la justicia está librando su propia lucha. Lo que en Uruguay tenemos es casi un conflicto de poderes, pero no entre el Ejecutivo y el Legislativo, sino entre el Judicial y el Legislativo. Cuando las fuerzas de izquierda se dieron cuenta de esto buscaron las reformas de sus sistemas judiciales.
—Pero, ¿está generalizada en el fa la idea de que hay que reformar la justicia?
—Sí, sí, ya lo es. Se ha ido tomando conciencia. Vino este mazazo de la Suprema Corte para los que estamos en temas de derechos humanos. Pero para otros, que no les importaba tanto ese tema, el mazazo fue por el icir. Y ahí la justicia logró juntar a dos grupos que no necesariamente estaban juntos. Actuó en defensa del statu quo que se consolidó en este país durante muchos años y del cual la izquierda también fue parte. ¿En qué sentido? Cuando se toma la decisión de no tocar la ley de caducidad porque no nos daba la nafta para tanto, o porque comprometíamos nuestro futuro electoral, o cuando se pensó –como se pensó– que el tema de los derechos humanos importaba a muy poca gente.
—En todos estos temas usted ha contrariado a la posición mayoritaria del mpp, al punto que ha recibido críticas muy fuertes. ¿Cómo vivió esa tensión?
—La tensión la viví desde el principio. Nunca tuve una posición distinta a esta, y eso se sabía. Y de alguna manera yo sabía la contradicción que había en el mpp con relación al tema derechos humanos. No sabía cómo lo íbamos a administrar, pero que el conflicto estaba, estaba. Incluso con respecto al tema de la despenalización del aborto sabía que teníamos problemas. Y creo que fue lo primero que le dije a Mujica: tenemos problemas con la agenda de género –por el aborto y la ley de cuotas– y con el tema de los derechos humanos. Y a la larga se fueron encontrando acuerdos y el mpp ha ido acompañando todas estas cosas. Más o menos hemos ido transitando, aunque con una diferencia de perspectiva grande. Es muy difícil, no sólo para el mpp sino para buena parte del Frente, entender que la desigualdad de género es tan estructural como la desigualdad de clase. En cuanto al tema de los derechos humanos, a mí me parece que eso era mucho más difícil, porque el mpp no se ve a sí mismo como asumiendo esa lucha, también porque creo que hay una conciencia de la responsabilidad de sus actos en el pasado reciente. En los temas que refieren a los militares, ahí sí tenemos grandes diferencias.
—El gasto en defensa, por ejemplo.
—Pero, bueno, esos problemas no los tengo sólo con el mpp, también los tengo con Bayardi, que es de la Vertiente Artiguista, con el subsecretario de Defensa, Jorge Menéndez, que es socialista… Así que ahí hay muchos grupos del fa metidos. A ver, yo me remito al programa del fa y las cosas que nos comprometimos a hacer, y lo único que le pido al Frente es que sea coherente con el programa. Luego, sobre el rol de las Fuerzas Armadas en la vida política, hay dos bibliotecas, hace mucho tiempo. Hay una “línea Chávez”, que dice que vos podés tener unas Fuerzas Armadas progresistas, que acompañen el proceso. Es una teoría basada en unas Fuerzas Armadas del pasado. Yo no la comparto, y entiendo que en Argentina o Brasil era muy difícil gobernar contra las fuerzas armadas, supongamos que en los cincuenta, pero en Uruguay la tenías en bandeja. Y después está la “teoría Licandro”: que las Fuerzas Armadas tienen que estar sometidas al poder civil, ser profesionales. Yo estoy con la perspectiva de Licandro, y creo que cuanto menos Fuerzas Armadas, mejor.
—En este tema del relato de militares y tupamaros como combatientes, con relación a las fuerzas desplegadas en Haití, mucha gente se pregunta: ¿qué hace en el Espacio 609?
—Primero, ¿qué pasa en mi presente político? Aunque no lo parezca, todos los lunes nos reu­nimos con la bancada de la 609. Tengo un funcionamiento parlamentario de lo más orgánico con la bancada del Senado. En estas discusiones, que son las más duras, pero insisto, no solamente con la 609, yo llevo mis posiciones hasta donde puedo. Después sólo me cabe cumplir con la disciplina, porque si pido disciplina para votar la despenalización de la marihuana tengo que respetar la disciplina también cuando pierdo las discusiones, y créanme que pierdo un montón de votaciones.
—¿Y en el futuro, cómo se ve?
—No sé, no veo nada del futuro.
—Algunos militantes la quieren de presidenta.
—Qué gracioso, sí, ya vi unos que hacen blogs por aquí y por allá, y yo les mando cartas y les digo: no, presidenta no.
—¿La contactó gente de otros sectores? Parecería que Constanza Moreira conecta con un espacio que excede a la 609.
—Alguna… ¿Sabés lo que pasa? Que vos podés conectar con un pensamiento, pero en la política hay que hacer política. El pensamiento no alcanza. Y por ahora los que hacen política son los sectores y los grupos. Todavía no hacen política los foros, ni las redes, ni los independientes. No hacen ese tipo de política requerido para ser competitivo. La política de los votos, de los aparatos, los grupos, ese tipo de política los sectores del fa la manejan bien. El resto, que es la inmensa mayoría, no la domina.
—¿Va a seguir en la política?
—No tengo la menor idea. Siempre pensé que iba a volver a la Universidad y lo más probable es que eso sea lo que suceda. De hecho, yo estoy de licencia en la Universidad, y cuando sos full time sólo te la podés tomar por un período. Así que mi permanencia en la política no iría muy de la mano con mi regreso a la vida académica.
—¿Y de qué depende?
—(Se ríe.) Mirá, te voy a decir una cosa simple: en el fa es muy difícil no estar sectorizado, el que no tiene un grupo está perdido. Esa es la verdad de la milanesa. Hay muchos ex algo, mucha gente suelta flotando, pero la suerte de los independientes es bastante desgraciada en el fa. Creo que eso en la izquierda siempre fue así. La suerte de los intelectuales, más desgraciada aun. Y así como te digo que la suerte de los intelectuales no es muy buena en la izquierda –la izquierda tiene que reconciliarse con los intelectuales–, también te digo que los intelectuales miran a la política con una mezcla de admiración y desprecio. La admiración que trasunta frente al poder, y el desprecio como si fuera una actividad menor, un corre y corre detrás del cargo. De todas maneras, la relación entre el Estado y la Universidad es hoy la mejor que hemos tenido en los últimos treinta años. Yo he tenido una experiencia maravillosa. Y siempre estaré infinitamente agradecida con la 609, no sólo por ocupar este lugar en política sino porque nunca me han obligado a hacer nada contra mi conciencia. Si yo entendiera que mis desavenencias son tantas, me iría, y dejaría mi banca como consecuencia. Para mí la 609 sigue siendo el fiel de la balanza de la división entre los dos bloques de la izquierda: el bloque más de centro, moderado, reformista, y el bloque más socialista, de izquierda. No es que esté en la 609 porque hayan sido los únicos que me lo pidieron, sino porque yo más bien pertenezco a este otro bloque. Entonces me parece que el mpp, la 609, o cualquier reformulación que ellos quieran hacer, todavía tendrá ese lugar privilegiado que determina qué pesa más de un lado u otro de la balanza. Ahora, ¿en qué aspectos vos ves esta cosa izquierda-derecha? En el posicionamiento de la política exterior (la otra vez criticaron al mpp porque declaró a favor de Palestina, pero en general tiene una posición muy atendible, para quienes creemos en eso), en el tema Estado-mercado (con dificultades, pero más o menos), en el tema distribución del ingreso y justicia social. Ahí tenés un terreno donde todavía los dos bloques funcionan. En materia de derechos, en cambio, no: muchas cosas que he dicho en materia de derechos humanos las dije con Rafael Michelini. Y las cuestiones de género las he dicho con Mónica (Xavier).
—Justamente, se ha producido una serie de avances evidentes en esa agenda de nuevos derechos, sobre todo al influjo de la sociedad civil. Pero en la cuestión de la distribución de la riqueza o la política económica hay un choque permanente con el equipo económico.
—Sí, es como si fuera este diálogo: el equipo económico dice “A mí me tienen que cerrar las cuentas, yo tengo que tener controlados el déficit fiscal, la inflación, las variables sistémicas. Hacé todo lo que puedas sin desarmarme el rancho”. Y del otro lado, le dicen: “Si no desarmo el rancho no puedo hacer ningún cambio estructural”. Y esa discusión está acá, en Brasil, en todos lados, con el agravante de que Uruguay tiene menos margen de maniobra. ¿En qué se traduce eso en el día a día? Vos tenés un impuesto a la concentración de los inmuebles rurales (icir) que recauda lo mismo que el nuevo impuesto al patrimonio (ip). ¿Pero es igual? Bueno, no, porque independientemente de lo que recauda, el icir tenía el objetivo de dar una señal en cuanto a la concentración de la tierra. La señal radical sería poner un tope a la propiedad de la tierra. De allí hasta aquí, hay alguna cosa que se puede hacer para desestimular la concentración en un país muy chiquito.
—¿Pero no falta sinceramiento en el fa? Hay un empuje, el otro bloque lo cuestiona, plantea que no fue consultado... Esa es la dinámica y no la de una discusión en profundidad.
—Con ese “me consultaron” o “no me consultaron” hay mucho de lo que yo llamo narcisismo de autor. Pero esa no es una cuestión muy profunda, sino de quién tiene más poder. Y la verdad es que el Ministerio de Economía no puede quejarse de nada, porque es un superministerio. Y luego la opp reclama para sí el viejo desarrollismo de la izquierda, ser un organismo que pueda hacer una planificación a largo plazo. Entonces las discusiones son del tipo: “Yo te armo esta política de inversiones y no me la perfores”. Y del otro lado, le dicen: “Perdoname, pero Uruguay tiene que determinar cuáles son los sectores productivos que va a apoyar”. Y esa es una gran discusión.
—Y está la cuestión de la política por sobre la economía.
—Totalmente. Está en debate el rol de la política y de la economía. Y recién ahora la política va ganando un poco de terreno por sobre la economía, yo creo que después de la crisis. En el primer gobierno el fa necesitaba ganar credibilidad en el terreno económico, porque estaba esa idea de que la izquierda iba a ser irresponsable, todo eso… La economía le ganó a la política durante los noventa. Eso que se llama el Consenso de Washington eran las recetas que los bancos les daban a los gobiernos para poder cobrar. Esas recomendaciones bizarras y horribles después fueron recomendadas para África. ¿Cómo le vas a decir a un país que tiene un nivel de vida como Haití que tiene que reducir el gasto social? Eso es criminal. Después de la crisis, la política empezó a predominar sobre la economía. Así como hay desconfianza en que los jóvenes puedan gobernar este país, también hay una parte de los economistas que no le tiene confianza a los políticos. La desconfianza de los viejos hacia los jóvenes es política, y este segundo caso es el de una desconfianza técnica. Como si el saber técnico estuviera sólo en algunas manos. Eso no es bien así, porque saber técnico tenían también los partidos tradicionales e hicieron cualquier zafarrancho. Hay una lucha técnico-política, ¿y cuál es su resultado? Incierto.
—En el singular territorio de la opinión pública hay una altísima mayoría que opina que la política económica debe ser conducida por el equipo económico. Hay una encuesta de Factum, que es manejada a nivel de sectores políticos…
—Lógico. Si voy y le pregunto a la gente: “¿A usted qué le parece, el equipo económico debería manejarlo Astori o Mujica?”. “Astori”, te va a responder. Si lo viene manejando desde 2005… La gente contesta de lo que conoce, y la forma de preguntar es absolutamente sesgada. Te van a decir primero dónde ellos creen que está el equipo económico. Además hay que considerar que la gente suele contestar avergonzadamente en una encuesta, y nunca quiere confesar que no sabe. Este tipo de preguntas lo que va a reflejar es un estado de opinión que está en los medios de comunicación, pero no una preferencia auténtica. Es como una especie de círculo vicioso.
—Y esa falta de acuerdo en el fa, ¿no explica que no se esté comunicando adecuadamente ese debate sobre la política y la economía?
—Sí. A mí me parece que la primera señal clara la dio Tabaré Vázquez cuando dijo: “Acá se da el 4,5 por ciento para la educación, y arreglame las cuentas como puedas”. La economía es instrumental, no es un fin en sí misma. El fin es que la gente viva dignamente. A veces se piensa que un país es como una empresa, donde tengo el debe y el haber. Por supuesto que las cuentas tienen que cerrar, pero lo primero es lo político. ¿Qué te va a decir una politóloga…? (Risas.)
—Hablando de Tabaré Vázquez, ¿su candidatura es ya cosa juzgada?
—Tabaré Vázquez es una construcción política. No hay destino manifiesto en la política, que es muy incierta y eso es lo bueno que tiene. Está llena de sorpresas (a diferencia de la economía). ¿Quién iba a decir que Mujica iba a terminar de presidente, o que Chávez se iba a morir?
—Pero por el momento nadie parece asomar.
—Pero nadie puede asomar si Tabaré Vázquez está instalado en la esfera política. Si Tabaré está instalado como candidato, cualquiera que asome lo hará desde una candidatura en contra. Ahora, la dilación de Tabaré Vázquez es inversamente proporcional a la construcción de cualquier candidatura alternativa. Cuanto más demora Tabaré en decidir, más instala su propia candidatura. Yo espero que Tabaré sea consciente de esto, porque construir una candidatura alternativa lleva tiempo. Por lo menos precisás un año. O sea que vos estarías precisando tener ahora una definición de Tabaré. Ahora, no en setiembre, porque las elecciones las tenés en junio, y la campaña empieza en marzo o abril. Si él retrasa esa definición y después te dice que no: ¿qué hacés? Y si la retrasa mucho también se vuelve inevitable. Esta dilación puede conducir al abismo o a la candidatura de Vázquez. El fa, con relativa independencia del candidato, puede ganar las elecciones. Yo sé que contra esto me van a caer la mitad de los politólogos y el fa, pero yo recuerdo que los votos son del fa. La inmensa mayoría de la gente vota al partido. Esto no quiere decir que Vázquez no sea un excelente candidato: lo que digo es que el Frente puede ganar aun sin Tabaré. Y eso lo quiero decir para que el Frente no se sienta acomplejado y no deje de ser un partido para transformarse en seguidor de un líder.

El travestismo de la nueva derecha

—¿Y qué pasa con la oposición? ¿Cómo percibe a la nueva derecha, con las figuras de Bordaberry y Lacalle Pou?
—A Bordaberry lo tengo más visto, a Lacalle Pou menos. Como politóloga creo que es un fenómeno bien interesante, porque tenés una derecha conservadora, bastante reaccionaria en algunos dirigentes políticos más bien viejos, que no votan nada, ni matrimonio igualitario, ni despenalización del aborto, ni icir. En eso son muy coherentes. Representan a una parte del electorado muy importante del país. Pero hay otro electorado, que es el que representa la nueva derecha, joven, exitoso, en las clases medias altas, poco politizado. La nueva derecha tiene la capacidad para travestirse de algo que no es derecha para ese nuevo electorado no politizado. Si consigue hacerlo, le puede ir bien. Hay como una nueva derecha empresarial, bien privatizadora, a la que defienden mejor los medios de comunicación que la propia clase política que, mal que bien, es leal a sí misma. La clase política tiene más lealtad al sistema democrático que parte de los medios, que a veces hacen más campaña anti instituciones políticas que los propios partidos.
—¿El catalizador de ese espacio será Bordaberry?
—Ahí tenés el problema del apellido, porque es una sociedad chica, donde hay una reconstrucción permanente de la memoria.

Fuente: http://www.brecha.com.uy

 
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